Hace tiempo no escribo por aquí. Creo que ya la gente no usa los blogs, pero este espacio es algo así como mi diario de la discapacidad, de modo que seguiré usándolo de cuando en cuando.
Mi última entrada es del 30 de octubre. Han pasado muchísimas cosas desde esa fecha. He tenido presentaciones, me volví medio conocida en Twitter y estoy encerrada en casa lejos de mi mamá debido a una pandemia.
Ahora mismo no sé desde donde escribo, si desde el alivio de poder saber que mi madre está a salvo con mi tía en California, desde el privilegio de continuar con mis clases de danza y música online, desde la preocupación por no tener un empleo formal o desde la angustia que me produce saber que los temas de accesibilidad en una pandemia no son prioritarios.
Cada vez que miro hacia el futuro pienso que probablemente el transporte no sea el mismo para nosotros. Cómo serlo en un contexto que pide distancia social, pero que empuja a que las personas ciegas tengamos que pedir ayuda cada vez que cruzamos una avenida porque no existen calles adaptadas. Imagino que el uso del bastón, que en el desplazamiento toca las veredas, también resultará imposible.
Tampoco sé cómo buscaré empleo; por lo pronto mi papá ha dicho que me debo resignar a limitar mis salidas este año. Es difícil decirle eso a alguien que está acostumbrada a caminar sola por Lima, pero no hay otro remedio.
La Defensoría del Pueblo ya se pronunció sobre las medidas que debe tomar el estado para facilitar el acceso de las personas con discapacidad al empleo, la educación y la salud en el marco del Covid19. Pero dudo mucho que se actúe con la celeridad necesaria.
Aun así, tengo el privilegio de tener redes de apoyo, personas que me han motivado durante la cuarentena con su cariño, una casa y algo de dinero para continuar con mis clases. Por eso no me parece tan justo exteriorizar la intranquilidad que viene a verme algunos días. Siempre me digo a mí misma: “es injusto que haya gente con discapacidad que ya no tiene ningún ingreso o que haya personas con discapacidad que tal vez estén muriendo por la falta de acceso a la salud”.
Pero supongo que uno no puede reprimir sus sentimientos. Seguiré esperando, como todos, el final de esto, con la esperanza, algo ilusa, de que no retomemos la normalidad, sino una vida mejor.