Siempre fui diferente

¡Vuelvo aquí luego de tres años! Bueno… Hace poco me puse a pensar en mi experiencia en la universidad y cómo esa etapa para mí fue muy distinta a la de cualquier compañero sin discapacidad.

La mayoría de chibolos/as que ingresan a la universidad van con la expectativa de descubrir cosas nuevas, conocer chicos/as para salir, andar en juergas, etc. Yo antes de pensar en todo eso solo rogaba sobrevivir.

Yo estudié mi secundaria en un colegio en el que mis compañeros y profesores me sobreprotegieron todo el tiempo. Casi nunca salía de casa porque no sabía movilizarme sola, siempre tenía que hacerlo con mi mamá, la señora que trabajaba en mi casa o con amigas.

Tenía algunos amigos con discapacidad (tuve un novio con discapacidad también) y ahí acababa mi vida social.

Cuando ingresé a la universidad encontré un espacio gigante lleno de jóvenes sin discapacidad (que obviamente no se parecían a mí), y sentía que ellos mismos lo notaban. Me acuerdo haber ido a una reunión de cachimbos y haber estado solita a un costado porque nadie me hablaba, me fui triste y sentí que nunca iba a encajar.

En ese tiempo también me tocó afrontar un duelo, y mientras aprendía del dolor de una ausencia e interactuaba con mis escasas habilidades sociales, me dije tengo que dejarme de huevadas, voy a empezar a movilizarme sola.

Y así fue, a finales del 2012 y comienzos del 13 empecé a andar sola con el bastón en la universidad. Todavía recuerdo la primera vez que encontré sola un salón y grité de felicidad, creo que había personas a mi costado, no me importó, ellos nunca iban a entender lo que yo estaba sintiendo en ese momento… ¡qué importaba si el chico que me gustaba no me daba bola!, yo estaba aprendiendo a ser alguien independiente y eso eclipsaba cualquier ilusión amorosa.

Nunca supe lo que fue salir con alguien a inicios de la carrera, porque mis compañeros no me hablaban y para mí era difícil arrancar las conversaciones. Además, tenía que lidiar con mi nuevo compañero el bastón, y obviamente sentía que andar con él me hacía poco atractiva. Es más, todos los chicos que a mí me gustaban se fijaban en mis amigas.

Pero no era difícil olvidar ese fracaso social, porque tenía otras preocupaciones. Debía concentrarme en perseguir a los profesores para que me enseñen bien los cursos, en buscar grupos de activismo, en buscar libros que me ayudaran a entender por qué había momentos en los que me sentía tan miserable por ser distinta, etc.

Mientras la gente chapaba en letras yo abrazaba mi diversidad y los inicios de mi autonomía. Quizá esa diferencia hacía que me sintiera tan lejana del resto, porque ninguno de mis compañeros iba a ser capaz de celebrar que haya encontrado la biblioteca sin perderme o que haya conseguido que me exoneren de un curso inaccesible.

A veces pienso que mientras otros estudiantes ingresaron siendo adolescentes o jóvenes, yo ingresé siendo una niña que salió de su zona segura para meterse al mundo real, un espacio excluyente y repleto de prejuicios, una niña que tuvo que madurar de golpe para defenderse de la discriminación, una niña que iba aprendiendo a ser un poquito libre un día a la vez.

Escribo esto porque ahora mismo, con casi 30 años, también me siento distinta al resto. Mientras amigos y compañeros se andan yendo a vivir solos, formalizando sus relaciones, estudiando maestrías, etc., yo me pregunto todos los días si lograré ser una adulta totalmente independiente algún día.

Cuando mis amigos me cuentan sus proyectos de vida yo les escucho entusiasmada, pero al mismo tiempo me pregunto, internamente, si yo algún día lograré todo lo que ellos dan por sentado. Y en ese preciso momento, aunque no lo diga en voz alta, siento que existe una barrera entre ellos y yo. Quizá aún mis amigos no entiendan (y quizá jamás lleguen a entenderlo) lo importante que es para mí prepararme el café en la mañana. Para ellos es algo convencional, para mí es, aunque parezca absurdo, un paso hacia mi ansiada libertad.

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Mi espera

Hace tiempo no escribo por aquí. Creo que ya la gente no usa los blogs, pero este espacio es algo así como mi diario de la discapacidad, de modo que seguiré usándolo de cuando en cuando.

Mi última entrada es del 30 de octubre. Han pasado muchísimas cosas desde esa fecha. He tenido presentaciones, me volví medio conocida en Twitter y estoy encerrada en casa lejos de mi mamá debido a una pandemia.

Ahora mismo no sé desde donde escribo, si desde el alivio de poder saber que mi madre está a salvo con mi tía en California, desde el privilegio de continuar con mis clases de danza y música online, desde la preocupación por no tener un empleo formal o desde la angustia que me produce saber que los temas de accesibilidad en una pandemia no son prioritarios.

Cada vez que miro hacia el futuro pienso que probablemente el transporte no sea el mismo para nosotros. Cómo serlo en un contexto que pide distancia social, pero que empuja a que las personas ciegas tengamos que pedir ayuda cada vez que cruzamos una avenida porque no existen calles adaptadas. Imagino que el uso del bastón, que en el desplazamiento toca las veredas, también resultará imposible.

Tampoco sé cómo buscaré empleo; por lo pronto mi papá ha dicho que me debo resignar a limitar mis salidas este año. Es difícil decirle eso a alguien que está acostumbrada a caminar sola por Lima, pero no hay otro remedio.

La Defensoría del Pueblo ya se pronunció sobre las medidas que debe tomar el estado para facilitar el acceso de las personas con discapacidad al empleo, la educación y la salud en el marco del Covid19. Pero dudo mucho que se actúe con la celeridad necesaria.

Aun así, tengo el privilegio de tener redes de apoyo, personas que me han motivado durante la cuarentena con su cariño, una casa y algo de dinero para continuar con mis clases. Por eso no me parece tan justo exteriorizar la intranquilidad que viene a verme algunos días. Siempre me digo a mí misma: “es injusto que haya gente con discapacidad que ya no tiene ningún ingreso o que haya personas con discapacidad que tal vez estén muriendo por la falta de acceso a la salud”.

Pero supongo que uno no puede reprimir sus sentimientos. Seguiré esperando, como todos, el final de esto, con la esperanza, algo ilusa, de que no retomemos la normalidad, sino una vida mejor.

 

No es sobre sexo, pero igual pueden leerlo :3

Ya he contado en este blog que me empecé a reconocer abiertamente como persona con discapacidad cuando ingresé a la  universidad. Obviamente, sabía que no veía, pero cuando accedí a los estudios superiores me di cuenta que mi situación de discapacidad hacía que la gente me mirara diferente y que la sociedad me negara ciertos derechos fundamentales.

Quería hacer algo para visibilizar esa situación de desigualdad, pero no sabía bien cómo porque había perdido contacto con el colectivo de personas con discapacidad visual que había conocido en la primaria. Me metí a un curso sobre discapacidad, empecé a cuestionar la malla curricular de mi Facultad, y traté de meter el tema en mis cursos de investigación y, por supuesto, en mis redes sociales.

Poco a poco me di cuenta que mis amigos sin discapacidad reconocían en mí a una persona que podía hablarles, por lo menos desde su experiencia y con un poco de investigación, sobre los derechos de las personas en situación de discapacidad. Todo me parecía genial porque, más allá de conversar conmigo,  siempre trataba de pasarles el contacto de las personas expertas en la materia. Pero también me empecé a percatar de que esa visibilidad generaba cierta admiración en algunos compañeros que me veían como ‘la chica ciega empoderada’ y me parecía un poquito peligroso porque esa percepción no se hallaba muy lejos del estereotipo que dice que todas las personas con discapacidad somos superhéroes.

Y ahora que me he adentrado en el tema artístico me cuestiono muchísimo si lo que hago está generando una verdadera visibilidad de las personas con discapacidad o la gente solo piensa: “qué bonito baila  y canta esa chica ciega”.

Es algo que me atormentó durante toda la realización del documental de marinera y mi equipo lo sabía y me trató de acompañar en ese proceso. El documental me pone como la protagonista y, en esa línea es posible mirar mi  desenvolvimiento como bailarina en proceso y cantante. Evidentemente, los  artistas queremos  ser reconocidos y compartir nuestro arte con los demás, pero qué pasa cuando a esa sobreexposición que ya de por sí tenemos se le agrega una discapacidad. La gente suele admirar a las personas con discapacidad sin que hagan nada. Yo puedo estar desparramada en mi sillón y la gente igual va a decir que soy una súper mujer, ahora imaginen lo que sucede si de pronto me levanto del sofá y empiezo a bailar.

No quería que la gente vea en mí a alguien excepcional, quería que entiendan que la danza es un derecho, que los profesores no tienen buen corazón por enseñarnos sino que su perspectiva debería ser enseñar a la diversidad,  y que yo soy una persona privilegiada.

Tenía todos esos dilemas metidos en la cabeza porque no quería caer en el estereotipo que tantas veces he reprochado y, aunque les parezca rarísimo, me hacía sentir muy mal. Iba contándole a cualquier amigo que quería escucharme y que sabía que me conocía un poco mis dudas existenciales. Algunos solo me escuchaban, otros quizá no entendían que realmente era algo que me afectaba y no los culpo, no es parte de su experiencia, y otros me decían que yo no podía ser capaz de manejar las respuestas de las personas porque la discapacidad está repleta de estereotipos y eso no lo iba a poder cambiar con un documental de veinte minutos. Me quedé con esa última mirada.

Sigo en el proyecto y todavía me pregunto si las cosas que hago están bien. Y el documental solo es un ejemplo. En la última presentación que tuve con el elenco de música al que pertenezco una señora se acercó a decirme que le parecía hermoso cómo interpretaba las canciones porque era muy profundo y que eso le había encantado. Yo noté, rápidamente, que atribuía mi interpretación ‘profunda’ a la discapacidad y mis amigas también lo pensaron. Cuando pasan ese tipo de cosas me pregunto si el público evalúa mis errores y aciertos como una artista, realmente, o me mira con  condescendencia por ser la chica ciega que se para en el escenario.

Quería escribir este súper texto como una lluvia de ideas sobre todas las cosas que vienen a mi mente al reconocerme como una persona con discapacidad y, sobre todo, porque me encantaría hacer algo por mejorar las condiciones de vida del colectivo y no perpetuar miradas prejuiciosas. Es cuestionar todo, pensar en el impacto que tendrán mis acciones, desconfiar de las cosas que me dicen, deconstruirme todos los días. Como dirían ustedes, es mirar con otros lentes. Y a veces es durísimo porque es censurarse a una misma. En algún momento pensé no estudiar música, uno de mis deseos más grandes, por el temor de que la gente no me reconozca como una artista completa. Luego entendí que no podía frenar mis anhelos por lo que pensaran los demás.

Por eso, cuando me dicen que hay personas con discapacidad que prefieren no hablar de su condición, las comprendo perfectamente y las abrazo en silencio. Pero ya tomé el tren de la visibilidad y veremos a donde me lleva. Si a la locura, a la ansiedad excesiva o a lograr cambios que, por mínimos que sean,  habrán valido la pena.

Al leer los comentarios de las personas que me ven bailar, encuentro felicitaciones, pero  también me topo con gente que me dice que quiere meterse a clases y me encanta, porque  entiendo que ellos no me miran como alguien extraño ni lejano, sino como alguien que, como ellos, es capaz de hacer lo mismo que otras si se le dan las oportunidades. Ojalá que más gente entienda que no somos excepcionales y que las cosas que hacemos, consideradas fuera de lo convencional, deberían hacerlo muchísimas personas a quienes se les restringe el acceso a derechos básicos.

Cómo sé si le gusto o si me tiene pena XD

Quería escribir este post porque el otro día vi que una amiga publicó algo en su estado que me hizo pensar y, de hecho, todavía estoy confundida. Y aquí sí debo hacer énfasis en que no piensen que todas las personas  con discapacidad pasamos por lo mismo, por favor, creo que soy yo y mis dudas existenciales.

La publicación de mi amiga hablaba de cómo a veces la excesiva solidaridad hacia nosotres, personas con discapacidad, por parte de quienes no la tienen puede hacernos pensar que somos atractivos para ellos.

No sé si a otros amigos o amigas con discapacidad les ha pasado, pero a mí sí me han confundido varias veces. Y es un dilema que me ha costado mucho conversarlo con amigas sin discapacidad porque, básicamente, no lo entienden o les cuesta muchísimo comprender.

Para cualquier chica que no tiene discapacidad alguien que es muy atento, pero muy atento, le demuestra que quizá siente algo más. En mi caso, es habitual que los chicos sean amables, y el exceso no significa que quieran algo conmigo, sino todo lo contrario, en algunos casos puede significar que me ven como alguien dependiente, que necesita ayuda todo el tiempo, o como alguien incapaz y eso, para mí, no es algo bonito.

Hace unos años estudiaba en el Británico y un chico era muy amable, se sentaba a hacer grupo conmigo, me acompañaba a tomar el carro aunque tuviese algo que hacer, y cuando iba con su auto se ofrecía a llevarme a la universidad. Me parecía muy raro, hasta que en una oportunidad escuché que hablaba por teléfono con su novia y le decía algo así: “estoy ayudando a la chica de la que te hablé, ‘pobrecita’, nadie la ayuda”. Ahí me di cuenta de que todo ese despliegue de atenciones era porque yo era la chica “pobrecita”, no atractiva. Es más, luego, como lo continué viendo en clase y le contaba cosas de la universidad me insistía en que le presente a mis amigas… ¡encima de todo pendejo! porque tenía novia.

Por eso siempre dudo cuando pienso si le gusto a alguien o no. Realmente, la persona tiene que ser muy explícita para darme cuenta. No sé, si alguien me invita al cine o a comer de la nada creo que ya no tiene mucho que ver con la amabilidad excesiva, pero lo cierto es que invitaciones a salir he tenido muy pocas.

Yo vivo muerta de risa porque hay amigas que creen, ingenuamente, que tengo un súper jale cuando los chicos se acercan a ayudarme. Me dicen cosas del tipo: “Andrea, ¡ese chico guapo quiere algo contigo! ¡Qué lindo! ¡Te ayudó a llegar al salón!”. Les explico que en mi caso los chicos suelen ayudarme más de la cuenta y me responden muy sorprendidas y sin saber qué decir. Otras argumentan que todo depende de la mirada: “Pero, Andrea, una cosa es mirarte con pena y otra cosa es una mirada de enamorado”. No sé, amigos, yo soy muy desconfiada y quizá juzgo demasiado deprisa, me lo han dicho, pero a veces tiendo a pensar que si no es una mirada de condescendencia es de admiración y tampoco me gusta. Ok, el problema soy yo.

Y ahora que reflexiono, ese pequeño detalle ha afectado mis gustos al momento de fijarme en alguien, porque, generalmente, cuando me ha gustado alguien siempre ha sido el menos amable. Ese que se negó a ayudarme de pronto pasaba a ser mi Crush. y, claro, mis amigas pensaban que estaba loca: “¡Andrea, pero si él nunca te ha demostrado nada, por qué te gusta!”. Sí, probablemente, mis Crush nunca exteriorizaron alguna señal de que yo podría atraerles, pero lo que a mí me gustaba era que me trataran como persona y, aunque parezca irónico y un poco extremista, el que no sean amables me indicaba eso.

Si me negaban la ayuda era porque sabían que yo podía hacerlo por mí misma, porque sabían que era capaz. Es raro que alguien te guste porque te trata como persona, pero la discapacidad a veces me ha hecho pensar eso y, créanme, a veces es más difícil encontrar alguien así que un chico guapo. Pero les prometo que si algún día dejamos de ser una sociedad tan capacitista y de pronto todos los chicos me tratan con igualdad, no me enamoraré de todos, de verdad.

Discrepancias

Una de las constantes discusiones que tengo con mi grupo de amigos con discapacidad visual y que sé que también la tienen diversas organizaciones gira entorno a las personas en situación de discapacidad que se victimizan o que se asumen superhéroes. Hay muchos ejemplos. Las personas que suben a los buses o piden dinero en las esquinas porque su discapacidad los hace “incapaces” de trabajar, las personas que aparecen en televisión al lado de mensajes caritativos, aquellos que explotan hasta el cansancio su imagen de “superhéroes” porque lograron vencer a la “terrible” discapacidad que los “martirizaba”.

Varios amigos y conocidos consideran que la imagen de víctima perpetua o de «ser maravilloso» que se tiene de las personas con discapacidad, muchas veces, es responsabilidad de las propias personas con discapacidad, pues son ellas mismas quienes han hecho extensiva esa creencia o son ellas mismas quienes permiten que la prensa difunda esas imágenes estereotipadas.

Tal  y como he señalado en otras publicaciones, en este blog expreso mi opinión sobre diversos temas que involucran a la discapacidad con el fin de hacerla visible, y mi pretensión no es hablar en nombre del movimiento de las personas con discapacidad en el Perú. Y, justamente, en este punto discrepo con mis compañeros.

Si bien hay muchas personas con discapacidad que se victimizan o que se publicitan como personas superdotadas con total consciencia de las consecuencias que acarrean esos  estereotipos, hay quienes seguramente lo hacen porque no conocen otra forma de hacerse notar. La discapacidad sigue siendo un tema invisible y, probablemente, hay quienes no conozcan otras maneras de reivindicar sus derechos.

Yo misma, antes de involucrarme en el tema de derechos humanos, no conocía nada sobre el tema de discapacidad.  Solo recuerdo que me molestaba la gente que venía y me decía que era una persona “maravillosa” porque había “superado” muchos obstáculos, y no entendía nada. Era una adolescente que se la pasaba viendo Hannah Montana todo el tiempo, ¿qué clase de vida extraordinaria era esa? Pero nunca repliqué nada, es más, agradecía los mensajes. Omitía esa ligera incomodidad porque pensaba que había que ser amable con las personas que te decían cosas “positivas”.

Recuerdo que hace años me metí a un curso piloto de fotografía para personas ciegas y un canal fue a entrevistar a todos los participantes. Los periodistas utilizaron el cansino discurso sensacionalista de lo “increíbles que éramos”, y creo que incluso a algunos nos preguntaron cuándo habíamos adquirido la discapacidad y cómo habíamos vencido ese “pobre” acontecimiento. En ese momento tampoco dije nada, creí que el lenguaje mediático era así y que había que soportarlo aunque me molestara.

Recién cuando ingresé a la universidad entendí que toda esa molestia que sentía no eran locuras mías y que, en realidad, había un tema de derechos de personas con discapacidad que no estaba siendo visibilizado. Solo cuando tuve acceso a estudios superiores empecé a cuestionar todos los mensajes victimizantes de la discapacidad.

Ahora imaginen a todas esas personas con discapacidad que no acceden a las escuelas. Según la Encuesta Nacional de Discapacidad del 2012, más del 54% de personas con discapacidad en edad escolar no está inserta en el sistema educativo y seis de cada diez personas con discapacidad no llega al nivel secundario.  Estas cifras me hacen pensar que no puedo responsabilizar a todas las personas con discapacidad por victimizarse en un contexto en el que carecemos de oportunidades y en el que tener educación parece más un privilegio que un derecho.

Me parece que la clave no está en atribuir responsabilidades, la clave está en entender que la exclusión es un problema social que trae consecuencias y quizá una de ellas sea ver personas con discapacidad que prefieren la victimización. Si continuamos reivindicando nuestros derechos desde nuestros espacios, probablemente, habrá nuevas generaciones de personas con discapacidad que opten por reconocerse como sujetos de derechos y obligaciones más que como objetos de caridad, de admiración o víctimas eternas.

App de citas. Sí, otra vez :D

¡Volvió el post que más le gusta a la gente! Se pasan. Les cuento que sigo con Tinder y quería contarles las cosas que me han escrito.

Pensé que muy poca gente me iba a dar Match por poner que tengo una discapacidad, o que los chicos iban a ser menos aventados en sus propuestas. Definitivamente, me equivoqué. La mayoría busca un tire, y no les importa que no los pueda ver. De hecho, uno me preguntó si mi capacidad de sentir se potenciaba en el sexo. No sabía qué responder, ¿cómo puedo saber eso? Científicamente, nunca he leído estudios que confirmen esa creencia, y tampoco puedo comparar mi sentido del tacto con el de las personas sin discapacidad. No tengo idea de cómo serán las sensaciones de las personas con visión regular porque nunca he visto del todo bien, así que me resulta difícil establecer una comparación. Lo único que sé es que el sexo no se limita a lo visual, no entiendo cuál es la sorpresa ¡hay gente que apaga la luz!

Me parecen súper divertidas las preguntas que me hacen y, sobre todo, cómo pueden cambiar de tema de forma tan radical, porque lo primero que me preguntan es más o menos algo así: “¿y cómo haces para usar el teléfono?” les explico que todos los celulares tienen una opción que puedes activar para que verbalice lo que está en la pantalla y luego me responden: “ah, okey, ¿y te gustaría algo casual?”. ¿Alguien me puede decir cómo pasamos de hablar de lectores de pantalla a sexo?

También están los que no me creen cuando digo que soy una mujer ciega. “en tu foto no parece que tuvieras discapacidad, ¡te ves tan linda!”. Independientemente de lo que estos flacos entiendan por ‘linda’, hay un estereotipo detrás, porque Según su perspectiva,  la discapacidad no te permitiría ser atractiva. Siempre les respondo que es mi foto y que no uso Photoshop; lo utilizaría, pero no es accesible.

Incluso hay quienes me preguntan de manera insistente si es verdad que tengo una discapacidad: “Pero, ¿de verdad? ¿De verdad? ¿De verdad”, me da ganas de responderles: “¡siiii! ¡¿A quién tengo  que jurarle?!!”.

Ha habido un par de personas que me bloquearon, pero no sé si fue por la discapacidad. Un chico  me preguntó qué buscaba en Tinder y le dije la verdad, que quería saber cómo reaccionaban los patas al ver que soy ciega. No sé si le molestó ser usado o darse cuenta de que no tenía intención de coger, por lo menos no en ese momento. También puede que solo me haya dado Like por curiosidad, hay muchas posibilidades.

Tinder no me dice nada nuevo. Más allá de descubrir que es una aplicación poco accesible con el lector de pantalla de los dispositivos Apple, En realidad, he encontrado los mismos estereotipos que están presentes en mi vida cotidiana. Es cierto que muy pocas veces la gente se ha animado a preguntarme directamente aspectos de mi sexualidad como sí lo hacen en la aplicación, pero la creencia de que somos ‘muy distintas’ a las demás personas está ahí. Por eso el desconcierto cuando me identifico como una persona con discapacidad. Es raro que una persona ‘tan diferente’ de pronto aparezca en una App de citas. Me resulta hasta provocador. Seguiré haciendo mi revolución en Tinder.

Yo soy Betty, la fea

Acabo de ver un video en FB en el que cuentan que en Colombia están repitiendo la telenovela ‘Yo soy Betty, la fea’. Dicen que tiene mucha audiencia. La primera vez que la dieron en Perú yo era muy pequeña, así que no recuerdo haberle prestado mucha atención en esa época, salvo la canción que era muy divertida. Cuando tenía más o menos 16 años la volví a ver y en ese momento sí sentí que había cosas con las que me identificaba.

Justo en esos años empezaba a comparar mi cuerpo con los estándares de belleza y me daba cuenta de que no encajaba. Siempre he sido súper delgadita y nunca he tenido unas súper curvas ni nada. Es más, me acuerdo que unos amigos me molestaban mucho por eso, me decían que era una ‘tablita’, porque, además, siempre he sido de baja estatura.

Cuando les cuento esto a mis amigos se sorprenden un poco y me preguntan cómo hacía para comparar mi cuerpo con las modelos o con las actrices. Realmente, solo me guiaba de lo que decían mis amigos. Y, bueno, les cuento que no me podré ver en el espejo, pero tengo sentido del tacto, y no encontraba muchas curvas cuando me iba explorando (ya sé que esto se presta a malas interpretaciones,  pero… ¡debía expresarlo!).

Aunque no lo crean, las personas ciegas también se ven influenciadas por los estereotipos de belleza. Es más, muchos de los amigos que me decían ‘plana’ no veían. Ahora, si me preguntan cómo se daban cuenta, no lo sé, y tampoco quiero saberlo.

A veces me sentía un poco triste y pensaba que nunca nadie se iba a fijar en mí. YO era como Betty. Inclusive, hay una escena en la que Betty recuerda el bullying que le hacían en el colegio en el que le  decían: “¡Betty es muy fea, Betty es muy fea!”, ese capítulo me dolió en el alma, era yo.

Varias veces me han preguntado si alguna vez he sentido que los chicos no se querrían fijar en mí por la discapacidad. Sinceramente, en esos años no me reconocía como persona con discapacidad, sabía que no veía, pero, curiosamente, no era tan consciente de eso, para mí el problema era mi cuerpo, no la ceguera.

Ya en la universidad, cuando empecé a andar con bastón (ahora que lo pienso, el bastón me cambió la vida) y me reconocí abiertamente como persona con discapacidad, en algún momento creo que sí sentí eso. No sé si en este blog alguna vez lo he admitido, pero, pensándolo con mucho detenimiento, creo que sí. Quizá en algún momento de mi vida me negué  a invitar a salir a algún chico porque pensé que me iba a rechazar por la discapacidad. Es que me daba mucho roche que me choteara. Entiéndame, iba a ser inolvidable esa choteada, ¿a quien de ustedes se les ha mandado una chica ciega? no quería ser la chica choteada ciega para la vida de nadie. Pero creo que solo fue en una oportunidad, y lo pensaba más como broma que como algo que pudiese afectarme emocionalmente. Debo agregar, también, que alguna vez me sorprendí a mí misma pensando que tal vez, si fuese más guapa, a nadie le importaría mi discapacidad, así que sería capaz de mandarme a cualquiera.

Mis problemas con el espejo, bueno, en mi caso no es espejo, pero no sé cómo llamarle. Está bien, les diremos problemas con la ‘belleza’, van en la línea de cualquier chica tenga o no tenga discapacidad. Sentir que no encaja, sentir que la pueden rechazar por no ser ‘bonita’, sentir que solo es valiosa en tanto sea o no sea considerada guapa.

Ahora que miro los referentes de belleza me doy cuenta que no existen mujeres con discapacidad en esos arquetipos. Probablemente, así yo fuese una 90, 60, 90, nunca alcanzaría a ser una mujer ‘linda’. Quizá sería la ciega bonita, pero nada más. A fin de cuentas, las mujeres con discapacidad nunca seremos hermosas, nuestra discapacidad se concibe como un defecto y esa creencia hace que nuestros cuerpos de por sí no sean admitidos en el estándar.

Lo cierto es que cada uno de nosotros tiene una experiencia de vida distinta, pero tenía que escribir sobre esto, de cierta forma, porque todavía estoy trabajando en mi autoestima. No soy tan ‘empoderada’ como muchos creen (insertar risas). Ahora entiendo por qué Betty la fea sigue teniendo tanta audiencia y comprendo por qué esa historia también puede hacer que las mujeres con discapacidad nos identifiquemos.

Ser una mujer con discapacidad

Las mujeres con discapacidad somos más vulnerables a la violencia sexual que las  mujeres sin esta condición. La ONU tiene un montón de información al respecto. En esta nota hay un pequeño resumen. Si pueden denle una mirada.

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Quizá les horrorice tanto como a mí leer que en algunos países existe la creencia de que la cura para las infecciones de transmisión sexual es tener relaciones sexuales con una mujer virgen. En ese sentido, las mujeres con discapacidad, al ser consideradas asexuales y por tanto vírgenes, corren un riesgo  enorme de ser violadas por personas infectadas.

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Cuando empecé a salir sola, no conocía todos esos datos. Nunca le presté tanta atención al acoso sexual porque para mí lo trascendente era que los carros no me dejaran en medio de la pista. Luego de un año, cuando ya me habían seguido en dos oportunidades, empecé a comprender la desconfianza de mi madre. Ella jamás me dejaba sola con un hombre, jamás, ni siquiera con mis tíos. Y ahora que soy, supuestamente, un poquito más independiente, muchas veces no he sabido cómo responder ante la violencia ni cómo reconocerla.

Hace un par de años, iba en un bus súper lleno y no me habían cedido el asiento reservado, lo cual no es muy frecuente. Me acuerdo que sentí que alguien se me pegaba demasiado, pero nunca supe si era un baboso de esos que se pegan en los micros o si eran alucinaciones mías. De todas formas no iba a poder identificarlo, ¡no lo veía! Y así, tengo varias historias en las que no he sabido reconocer bien el hostigamiento.

También he sentido que la discapacidad te sumerge en una dualidad en la que estás segura, pero al mismo tiempo expuesta a situaciones violentas. Siento que hay una doble percepción. Por un lado, la creencia que tienen las personas sobre la discapacidad como algo terrible hace que de cierta manera no quieran hacernos “más daño”. EL razonamiento sería algo así: “¡ay, no! pobrecita, cieguita y encima le voy a hacer algo, no jamás, eso ya es ir al infierno”. Pero, a la vez, esa “fragilidad” hace que corramos más riesgos porque es difícil reconocer al agresor, porque es complicado ir a una comisaría y denunciar y porque nuestra voz no suele ser escuchada.

Hay momentos en los que me siento protegida por el bastón. sé que puedo golpear con él y también sé que la gente no suele sexualizar a alguien que anda con un palo por la calle. de todas formas, nunca dejo de estar alerta o a la defensiva. Siempre que puedo y, más aún, cuando no estoy familiriarizada con un lugar, pido ayuda a otras mujeres para cruzar las avenidas, sobre todo, porque me ahorro los comentarios de algunos hombres que me dicen que les  parezco guapa ¡pff! ¡yo solo quiero cruzar la calle!.

Las mujeres hemos interiorizado el miedo a la calle, y ese terror que nos hace caminar como si estuviésemos siendo perseguidas todo el tiempo se hace aun más acucioso cuando tienes que luchar contra todos los peligros que involucra vivir en Lima y estar en una situación de discapacidad. Tristemente, la violencia también forma parte de nuestras vidas y es crucial hablar de ella para sentir, al menos por un momento, que no estamos solas.

Dicen que soy mala suerte :D

El deseo que tienen todos los futuros padres o madres es que sus hijos nazcan “sanos”, por lo menos es lo que siempre repiten: “no importa si es hombre o mujer, lo importante es que nazca bien de salud”. Muchos no se plantean la posibilidad de que sus bebés  puedan tener una orientación sexual o identidad de género distinta, pero, bueno, ese es otro tema. El problema surge cuando nace un bebé con discapacidad, porque se rompe con el sueño del niño “sano”.

Cuando yo tenía nueve meses de nacida, mi madre se dio cuenta que yo no seguía con la mirada las cosas. Una tía paterna le dijo que no se preocupara, seguro era cuestión de tiempo, pero mi mamá me contó que ella sabía que no era así, incluso antes de hablar con los médicos. Creo que en el fondo sabía que mi visión no sería igual a la de la mayoría de personas.

Ya con el diagnóstico, mi madre lloró un tiempo, quizá lo suficiente para reponerse, aceptar mi discapacidad  e intentar insertarme en la sociedad.

No conozco muy bien la reacción de mi familia extensa. Solo sé que en varias ocasiones mi abuela paterna nos llevó a mí y a mi madre a la procesión del señor de los milagros. Tenía la esperanza de que el santo me devuelva la visión.

Sé que mi madre aún busca algún avance tecnológico que me haga ver con regularidad, pero también sé que gracias a ella he podido desenvolverme en muchos entornos de la vida social.

Hace unos días estábamos en una reunión familiar y escuché que una de mis tías comentaba que una amiga había tenido “mala suerte”, porque su hijo le había salido “autista”. Yo me reí muchísimo y le dije a mi mamá: “tú has tenido muy mala suerte conmigo”, y ella me respondió, entre otras cosas: “no le hagas caso, hijita”.

Mi tía no escuchó nuestra conversación porque estaba entretenida hablando con otro familiar, pero me puse a reflexionar sobre lo que habrá pensado cuando yo nací. En general, me puse a pensar en todos los familiares de las personas con discapacidad. Conozco casos de gente que creía que la discapacidad de sus hijos era lo peor que les había ocurrido. Hay quienes lo atribuyen a la mala suerte, un castigo divino o brujería.

El contexto es complicado. La patologización de la discapacidad está adherida a nuestras creencias de tal forma que todavía lo vemos no solo como algo negativo, sino como lo “peor” que existe.

Lo único que puedo decirles como persona con discapacidad es que ser ciega no es lo peor que hay. De verdad, créanme, hay cosas bien chéveres como no tener que prender la luz de mi cuarto. Al menos, ahorramos recibo por ese lado.

Lo horrible son las barreras que hay, eso sí es lo peor del universo, pero los obstáculos  no se eliminan creyendo que somos fruto del pecado o producto de un mal augurio. La desigualdad se combate reivindicando que tenemos derecho a vivir y que somos capaces de hacerlo en libertad.

Me encantaría que la gente se plantee la posibilidad de tener hijos con discapacidad. Parece una idea loca, pero sería increíble que nuestra condición no se reduzca al “terrible» diagnóstico de un médico. Sería hermoso que nuestra existencia  también sea considerada en un plan de vida.

Por lo pronto, trataré de no ser tan “mala suerte” para mi madre, les prometo. Cuando me llame preocupada porque no llego a casa a las seis de la mañana, le diré que no es que haya tenido “mala suerte” conmigo, es que tiene una hija que se lleva muy bien con la chela.

Apps de citas :O

Hola 🙂 Les cuento que he estado utilizando las famosas apps de citas. Si ustedes pueden, ¿por qué yo no?

Hace unos años me descargué Tinder, pero no coloqué que era una persona con discapacidad. Luego me di cuenta que era algo que los chicos querrían saber. Los prejuicios sobre la discapacidad también generan barreras en nuestras relaciones sociales y eso es innegable.

Les conté a tres chicos que era una persona ciega. Uno me bloqueó. Antes me había invitado a tomar un café. Con los otros dos hablé, pero creo que quedó en nada.

Ahora que recuerdo, uno me preguntó si era virgen. No sé si a ustedes les han preguntado eso en las aplicaciones, pero a mí me parece que su duda iba más en relación a la creencia que se tiene de que las personas con discapacidad no tenemos sexo. Le dije que no y luego quiso que nos viéramos, pero lo bloqueé.

Un par de semanas atrás mi curiosidad regresó, así que me puse a revisar la opción de Parejas que tiene Facebook. En la descripción coloqué que soy ciega.

Estuve hablando con un chico y lo soporté más o menos una semana. Charlar con él parecía estar en una entrevista larguísima. Entiendo que los chicos tengan dudas; es razonable si nunca han salido con una flaca con discapacidad, pero, prácticamente, este brother no dejaba que yo le preguntara nada. Todo era yo y mi ceguera.

Me preguntó si había tenido enamorado y se sorprendió muchísimo cuando le dije que sí. También le hablé un poco de mis relaciones informales y se asombró más. Me dijo algo que me hizo morir de risa: “llevas una vida normal, ¡hasta parece que hubieses tenido más sexo que yo!”.

Continuamos conversando, pero no me gustaba su forma de hablarme. Parecía creer que la discapacidad era una limitación y, de hecho, me lo dijo: “me agradas, a pesar de tu pequeño problema”.

Ya cuando empezamos a hablar de otras cosas fue cuando acabó por disgustarme. Le dije que iba a ver Netflix y me respondió: “¿Pero no que no veías? ¿Cómo puedes ver series?”. Tenía muchas ganas de contestarle: “¿a ti qué chucha te importa?”, pero, sencillamente,  le dejé de hablar.

Ya sé, no puedo con mi genio. Es que no me gustan las personas prejuiciosas, creo que ni siquiera para un tire. Si alguna vez he estado con una persona así ha sido porque no me he dado cuenta a tiempo o porque mis sentimientos me hacían volver más ciega de lo que soy.

Tinder y Parejas de FB me recuerda que hay un montón de estereotipos sobre las personas con discapacidad incluso en aspectos de la vida tan cotidianos como el sexo o una relación de pareja. Todavía se sorprenden mucho cuando digo que he tenido relaciones sexuales a mis veinticinco años ¡Veinticinco! Si fuera una persona con visión regular, nadie se sorprendería por eso, estoy más que segura.

Bueno, Si se sorprenden porque llevo una vida “normal” o hasta porque veo televisión, nada debería extrañarme.

Me da curiosidad saber cuál es su imaginario acerca de una mujer ciega. Tal vez una niña que no sale de casa, que depende de su familia  y que vive lamentándose por estar “cieguita”.

Creo que terminaré por borrar las aplicaciones. No lo sé, voy a ver hasta cuánto llega mi paciencia. Pero hasta en eso las personas sin discapacidad son privilegiadas. A ustedes los dejan gilear en paz, a mí ni eso #OkNo